El Ganchillo o Crochet ha vuelto para quedarse


No se sabe exactamente cuán antiguo es o dónde se originó. Sin embargo, en todas las culturas hay indicios que sugieren que es una práctica antiquísima. En Francia, por ejemplo, los escritores señalan que en el siglo XVIII, las agujas de bordado eran usadas sobre un bastidor y que luego la práctica evolucionó hasta la del crochet sin bastidor.

Con el tiempo, y a lo largo de todo el mundo, las guerras y las malas cosechas que dañaban la economía de comunidades convirtieron el crochet en una floreciente industria casera que los ayudaba a sostenerse.


Y hasta hubo reinas y monjas tejedoras, escritoras y hasta feministas combativas que honraron (y honran) el tejido como medio de expresión. Porque el crochet tiene algo de adictivo, te hace bien y además te conecta con lo más primitivo: con los procesos y los resultados de las cosas.

En tiempos de consumismo de productos industriales, tejer te devuelve tu parte productiva y, en ese sentido, te hace más libre. Saber tejer es un poco un hobby, una habilidad, y otro poco una pronunciación en el mundo.

En la historia, las mujeres lo hicieron mientras esperaban: maridos, hijos que habían ido a la guerra, pero también como forma de decir algo, de crear, de rebelarse. En los cuentos de hadas, las ruecas de las tejedoras siempre dicen algo y esconden otro poco. A la vista del resto, el que teje crea una trama: palpable, útil, decorativa. Pero interiormente se reserva el placer de evadirse, de transportarse lejos en ese delicioso trance que genera la concentración.

2 comentarios:

  1. Qué entrada más interesante, Ale ¡y la foto es una monada!

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  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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